miércoles, 7 de marzo de 2007

Carnavales porteños


“Carnaval toda la vida ”


“Se acercan los días consagrados a esa brutal diversión. Legado de nuestros opresores,”así comenzaba “un porteño”, como dio en llamarse, una nota que publicara en un periódico de 1833.Como bien dice nuestro antepasado protestón, en los siglos pasados el carnaval se festejaba con una violencia increíble. Fue cambiando, poco a poco, a través de los años, influenciado por el también lento cambio cultural de nuestra sociedad. El carnaval fue legado por los españoles, con ellos llegaron a nuestras tierras estos festejos de antigua data en el continente europeo.
El carnaval que se festeja en nuestras tierras se ve originado como una fiesta cristiana, o por lo menos en un ámbito cristiano, ya que el carnaval son los tres días anteriores (sábado, domingo y lunes) al miércoles de ceniza, que es cuando comienza la cuaresma. La cuaresma es un período de ayuno observado por los cristianos como preparación para la pascua. Por todo esto, los tres días de carnaval, eran festejados a pleno, porque luego vendría un período de ayuno completo, o sea, de fiestas también.
Como bien dice una antropóloga “el carnaval aparece como un absurdo; encarna la sublimación del ocio”. En esta fiesta, el disfraz propone la confusión de los lugares sociales y hasta de los sexos, esclavos disfrazados de señores y al revés, humanos disfrazados de animales, hombres transformados en mujer, etc. Pero es también un tiempo de sueño, se encarna el papel que se quiere ver, solo por tres días.
Nuestro carnaval ha adquirido muchas formas a lo largo de sus cientos de años de vida, pero la costumbre que siempre reinó, y lo sigue haciendo, es la de arrojarse agua. El abuso de esta costumbre fue la causante de las distintas prohibiciones que se le impusieron a esta divertida fiesta. Nadie se quedaba fuera del carnaval, todos se divertían en estos tres días en los cuales la ciudad parecía un campo de batalla; Ricos, pobres, blancos, negros, desconocidos, conocidos, todos participaban. El mismo Domingo Sarmiento era un gran adepto al carnaval y no se molestaba en lo mas mínimo si le arrojaban agua cuando era presidente.
Como se dijo, la costumbre de mojarse uno a otro en carnaval, la trajeron los españoles, a pesar que en España el carnaval cae en invierno. Ya desde el siglo XVIII los porteños se mojaban los unos a los otros. En 1771 el gobernador de Buenos Aires Juan José Vértiz implantó los bailes de carnaval en locales cerrados. Se oficializaban los bailes, a efectos de atenuar las inmorales manifestaciones callejeras de los negros, que habían sido prohibidas el año anterior. Por esa misma época, un grupo de gente descontenta con los bailes justo antes de la cuaresma, y según decían por los excesos que ocurrían en ellos, llevó su descontento ante el mismísimo rey de España. El rey envió de inmediato dos ordenes a Vértiz, el 7 y 14 de enero de 1773, por las cuales prohibía los bailes y le encargaba que arreglase las escandalosas costumbres en que había caído la ciudad.
Vértiz, no se quedo callado, le protesto al rey diciendo que como se bailaba en España, también se podía hacer en Buenos Aires. Pero el rey Carlos III promulgo una ley el 16 de diciembre de 1774, en la cual prohibía los bailes de carnaval, alegando que el nunca los había autorizado en las indias. Como ustedes se imaginaran no se respeto la prohibición.
En 1820 un comentario del diario La Gaceta Mercantil decía, frente a un edicto prohibitivo de los festejos de carnaval, que "nos ha sido satisfactorio que el señor juez de policía haya dictado medidas que pongan en tortura a todos los prosélitos del célebre carnaval, inventado para el escándalo más terrible de todas las pasiones juntas".
Después vino la orden de prisión, decretada por Rosas en 1844, para quienes contravinieran la prohibición de festejar el carnaval; y tras su caída, se restablecen las fiestas, pero con medidas muy estrictas de control.
En 1869 se realiza en Buenos Aires el primer corso con comparsas de negros y de blancos tiznados, que relucían con sus disfraces y su ritmo, mientras su canto y su baile alocado y armónico disparaba piernas y brazos al aire.
Comenzaron a surgir las agrupaciones de carnaval por barrio, y cada barrio de la ciudad a tener su corso. Décadas del siglo XX por las que decayeron y resurgieron los festejos, en los que las murgas alzaban su canto picaresco, satírico y de crítica social y política, como en la actualidad
La época que más recuerdan los viejos murgueros es la década del 40 como uno de los momentos de mayor brillo del festejo carnavalero. Atrás había quedado la crisis económica del 30 que apagó por un tiempo ese espíritu, y después vendrían nuevas luces y nuevos apagones
Más tarde, en los años de la última dictadura, si bien algunas muy pocas murgas mantuvieron una restringida y recortada actividad en espacios cerrados, la murga y el carnaval se cerró sobre sí mismo frente a tanta prohibición, censura y represión. El silencio se había impuesto en las calles a punta de fusil que asomaban de los falcón.
En la última década, la recuperación del carnaval porteño se hizo carne en el sentir de las agrupaciones carnavalescas, las que instalaron en pleno centro de Buenos Aires a sus murgas reclamando aquellos tradicionales feriados.
En este marco, lograron en 1997 ser declaradas, por la ordenanza 52039, patrimonio cultural de la ciudad, y reinstalar así a las murgas en parques y plazas, donde se preparan durante todo el año
Mientras tanto, la organización de los festejos fue encontrándose con su historia: el corso barrial, donde se agolpa la gente para ver pasar el desfile de las murgas hasta que llegan al escenario y despliegan su canto y su baile, al compás del bombo con platillo, elemento distintivo de la murga porteña.

No hay comentarios: